Aquel 27 empezó un camino para el que no íbamos equipados, íbamos pensando en destinos inmediatos, cercanos.
Contábamos con un buen paseo, unas buenas risas y, quizá, alguna que otra sorpresa.
La sorpresa llegó, anduvimos el camino y nos dimos cuenta del agradable paseo, fluyeron risas que curaban cicatrices abiertas y dimos con más sorpresas que aderezaban una monotonía imprecisa.
A día de hoy seguimos andando ese camino, encontrando partes de nosotros que jamás imaginamos, jugando con risas que llenan nuestras almas de sentido, abrumándonos por descubrir lo cotidiano, dejándonos pellizcar por delicadas miniaturas de felicidad, abrazando la nueva normalidad con más ganas que saber hacer, improvisando abrazos que borran el gotelé de paredes obsoletas.
Nos hemos equipado mejor, el camino nos ha ido enseñando lecciones a cada paso, a cada giro, con cada grieta. Has sido mi brújula cuando el norte perdía su nombre, tú me has acompañado en momentos de tanta luz que no se distinguían más que tus labios.
¡Cuántos 27 por andar!
